Il Pecado Di Pandora

Pinté esta obra como una meditación sobre el instante en que el deseo supera al deber, cuando la conciencia despierta demasiado tarde. Tomé el mito de Pandora no como una fábula sobre la culpa femenina, sino como una alegoría universal: todos, en algún momento, hemos abierto una caja que no debíamos. La oscuridad que rodea a la figura es el abismo de lo desconocido, del castigo, pero también del pensamiento. La luz que nace del interior de la caja —único foco en la escena— simboliza el conocimiento, la revelación, lo irreversible.

Pandora soy yo, somos todos. La mano que abre es la decisión; la que se eleva, la súplica o el arrepentimiento. Su rostro, bañado parcialmente por la luz, representa ese umbral entre la ignorancia luminosa y la verdad dolorosa. No quise mostrar lo que escapa de la caja: el mal no necesita formas. Quise que el espectador lo sintiera, lo completara desde su experiencia.

Este cuadro no acusa, observa. No castiga, expone. Pintar a Pandora fue asumir que pecar es humano, pero buscar es inevitable.